miércoles, 7 de octubre de 2020

Otoño.

Las gotas de lluvia se pegaban al cristal y se fusionaban entre ellas para deslizarse luego hasta el borde del ventanal. Fuera, el asfalto ya había tomado un color más oscuro por la humedad y las hojas de los árboles caían forzadas por el viento. Otoño, su estación favorita.

Ella abrió un poquito el cristal, dejando entrar el olor a tierra mojada que tanto la ayudaba a inspirarse siempre. Era como una ducha de agua hirviendo después de un día agotador. Como llegar al clímax que te ayuda a dormir en apenas unos minutos tras él.
El olor a tierra mojada siempre había sido inspiración, como una taza de capuchino caliente y su olor a caramelo. Sus pies helados bajo la manta indicaban la llegada del frío, su sensación favorita.

De pronto sus dedos se deslizaron por el teclado casi al mismo ritmo que la música que salía de sus auriculares. Miles de ideas colapsaban su mente a diario, pero hacía meses, tal vez más de un año, que una barrera entre ella y el papel en blanco se había interpuesto. Las ideas la perseguían en sueños, en las largas horas tratando de encontrar el sueño en la oscuridad de su habitación. Las ideas peleaban por salir como lo hacían antes, pero ya no podían. Muchas de ellas se habían perdido dentro de ella, esperando a su día para poder ver el negro de la tinta que las llevaría a la realidad. Ideas que nunca fueron, ni serán.




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