lunes, 13 de abril de 2020

Dame alas.
Abro los ojos y aspiro todo el aire que me permiten mis pulmones. El sol en el ocaso se refleja en mis gafas. Camino rápida por la fila de tablas hasta que mis pies caen en la arena. Siento en mis dedos la arena fina que los cubre. Es suave y está caliente, aunque no quema.
Sigo caminando hacia donde rompen las olas, como imantada por algo invisible. Ese sonido es de los que más me gustan en el mundo. El agua que rompe con el viento y cae en la arena formando la espuma blanca que te cosquillea en los pies.
Huele a sal, a aire fresco y me siento libre. El sol cada vez cruza más la línea del horizonte y cada vez crea colores más bonitos en el cielo. Si tuviera alas lo perseguiría tras ese horizonte, siguiendo el inmenso mar que tengo delante de mí ahora. Si tuviera alas podría volver cada vez que quisiera, cada vez que lo necesitara. Podría volar siempre y que nadie me encuentre.
El sol termina de esconderse y cierro los ojos, suena el despertador.
Otro día más en la jaula.


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