Atardece.
La luz siempre ha sido signo de alegría, felicidad; la luz es vida y la ausencia de ella queda en lo negativo de prescindir de todo eso. La mayoría de personas veneran la luz, la necesitan para darse impulso, para vivir, para ser. Otros viven en la oscuridad, disfrutando de no ver y conocer sintiendo. Casi a ciegas, a excepción de alguna luna que aparezca de vez en cuando y les ilumine el camino. Luz. Incluso en la oscuridad está presente. Todos nos hemos sentido atraídos alguna vez por un destello de luz que ilumine tanta oscuridad.
Mi momento es cuando la luz quiere irse. Cuando no está y tampoco se ha ido. El punto intermedio, la fusión, el brillo de colores que suponen cada trozo de mí. Naranja, morado, azul, rosa, verde, amarillo. Atardece. Ni luz ni sombra. La nitidez en la línea del horizonte y la pérdida de detalles en lo que ya no se distingue debajo de ella. La ciudad oscurece. Intenta recuperar la luz con pequeños puntos brillantes, pero nada parecido al brillo que bañaba su perfil horas antes.
Una pasajera de un tren disfruta viendo como el sol deja a oscuras la ciudad y le trae la noche,le regala la inspiración en esa mezcla de colores que la tiene como hipnotizada. Entre esos colores se envuelve ella, la oscuridad ha llegado.