jueves, 7 de junio de 2018


Al lado de la puerta.
Ser tu misma a veces es muy difícil. A veces la vida nos limita demasiado. Personas, situaciones, hechos, experiencias… Vivimos delimitados por tantos factores cada día que perdemos la esencia. Bueno no, no la perdemos. La dejamos escondida, con miedo a que alguien pueda asustarse de ella. Con miedo a que te tilden de pesada, de borde, de empalagosa, de seca o de sentimental. Y cuando a veces esa base tuya que tienes se escapa sin darte cuenta con alguien y ves que no es recíproco o que la respuesta no te hace sentir muy adecuada en ese momento, te retraes. La vuelves a esconder en el rincón de tu mesita de noche. Ahí donde lleva guardada desde casi siempre, porque es solo de noche, cuando te imaginas como serían las cosas de ser como las deseas y las dejas salir un rato, pero en la soledad de tu cuarto. Nunca de cara al público, no vaya a ser… No vaya a ser que por ser yo me acusen de ser como soy. Valga la redundancia. No vaya a ser que me digan un adjetivo que no me guste y que yo misma haya catalogado como negativo, porque igual la persona que lo dice lo hace en ese tono. Y no, no debería. Soy así, si, ¿y qué? La puerta la tienes al lado. ¿No es eso lo que tantas y tantas personas me han repetido a mí siempre? Todo el mundo está rápido para definirse y ponerte cerca de la puerta si algo le rebates o no estás de acuerdo. ¿Por qué no tengo las agallas para hacerlo yo? Hay una mezcla en mí que se debate entre querer serlo y entre obligarme a no caer en ese error de echar a nadie de mi lado por no ver, sentir o pensar como yo. Y también piensas, ¿de qué te sirve una persona al lado que todo lo haga igual que tú? De nada, te respondes solita. Y tampoco nunca la he tenido, asumo. Siempre variando por sentimientos de más o de menos. Siempre porque me falta sentir a mí o porque no sientes tú. Siempre en disonancia y nunca en terreno fácil. Pues que continúe el duelo.