Al lado de la puerta.
Ser tu misma a veces es muy difícil. A veces la
vida nos limita demasiado. Personas, situaciones, hechos, experiencias… Vivimos
delimitados por tantos factores cada día que perdemos la esencia. Bueno no, no
la perdemos. La dejamos escondida, con miedo a que alguien pueda asustarse de
ella. Con miedo a que te tilden de pesada, de borde, de empalagosa, de seca o
de sentimental. Y cuando a veces esa base tuya que tienes se escapa sin darte
cuenta con alguien y ves que no es recíproco o que la respuesta no te hace
sentir muy adecuada en ese momento, te retraes. La vuelves a esconder en el
rincón de tu mesita de noche. Ahí donde lleva guardada desde casi siempre,
porque es solo de noche, cuando te imaginas como serían las cosas de ser como
las deseas y las dejas salir un rato, pero en la soledad de tu cuarto. Nunca de
cara al público, no vaya a ser… No vaya a ser que por ser yo me acusen de ser
como soy. Valga la redundancia. No vaya a ser que me digan un adjetivo que no
me guste y que yo misma haya catalogado como negativo, porque igual la persona
que lo dice lo hace en ese tono. Y no, no debería. Soy así, si, ¿y qué? La
puerta la tienes al lado. ¿No es eso lo que tantas y tantas personas me han
repetido a mí siempre? Todo el mundo está rápido para definirse y ponerte cerca
de la puerta si algo le rebates o no estás de acuerdo. ¿Por qué no tengo las
agallas para hacerlo yo? Hay una mezcla en mí que se debate entre querer serlo
y entre obligarme a no caer en ese error de echar a nadie de mi lado por no ver,
sentir o pensar como yo. Y también piensas, ¿de qué te sirve una persona al
lado que todo lo haga igual que tú? De nada, te respondes solita. Y tampoco
nunca la he tenido, asumo. Siempre variando por sentimientos de más o de menos.
Siempre porque me falta sentir a mí o porque no sientes tú. Siempre en
disonancia y nunca en terreno fácil. Pues que continúe el duelo.