sábado, 10 de septiembre de 2016

El tren de los sueños
Siempre he pensado que en las estaciones de tren pueden verse a todos los tipos de personas que existen en el mundo. Y no hablo de la nacionalidad, sino de la forma de ser de cada uno. Y tampoco hablo de físico. Hablo de las formas que tiene la gente de administrar su tiempo, de las ocupaciones que nos llevan de estación en estación haciendo montones de kilómetros sin que a penas nos demos cuenta. Y nos quejamos. Nos quejamos de que no vamos de viaje, que no cambiamos de estancia, pero es que la vida misma es un continuo viaje. Hoy en tu pueblo, mañana en tren a la ciudad, pasado en bus a casa de un amigo y al otro en coche a las fiestas del pueblo de al lado.
Viajamos, si, y la mayoría de veces no por ocio. Por eso no nos detenemos a mirar los detalles de nada.
Si la sociedad fuera más abierta y con menos prejuicios, tendríamos un sinfín de personas para conocer cada día. Nuevas experiencias en lugares que aunque estemos acostumbrados a ver al fin y al cabo, en un mismo día puede hacerte cambiar de aires.
Como decía, si nos paramos a observar un momento a quien nos rodea en ese instante que pasamos en la estación. Y quien dice instante también dice horas. Veríamos mas allá.
Están los que van despacio, con tiempo, sin prisas. Esos que se pegaron el madrugón para llegar a tiempo, salieron media hora antes de casa y ahora tienen que pasar media vida esperando a que llegue su tren, por excesivos precavidos.
Vemos a aquellos que pasan corriendo sin comprar el billete, arriesgando su suerte a que los multe el revisor.
Los veloces, que corren hasta el tren como si no hubiera mañana o como si una reunión de zombies viniera persiguiéndoles. Y consiguen colarse por el filillo de la puerta que ya esta cerrando.
Y también están los que se quedan en tierra. Los que ya no van a coger ese tren hoy, igual otro si, pero ni será el mismo momento, ni con la misma gente y tal vez, ni en el mismo andén.
La mayoría de personas nos encontramos en este último tipo. Porque revisamos demasiado antes de salir de casa, porque queremos evitar esperar mucho rato en la estación, porque dejamos que nos entretengan en el camino. Sea lo que sea nos hace perder el tren y no ese que nos llevará al trabajo, a casa o a clase. Sino ese tren que es la vida.